Hay decisiones instintivas, pero a la vez minuciosamente inculcadas. Personales, individuales, solitarias pero que perderían todo el sentido sin el otro. Decisiones que sustentan la realidad que no existe, que justifica nuestra tristeza y nuestra alegría. Que pueden convertir a la vida en la madre de todas las condenas o el motor por el que miramos el sol cada dia. Pero mirar no hace al sentido de ver. Nos convertimos en seres selectores cuando no tenemos mucho que elegir. Esa puta sensación de pensar, decir o actuar al pedo. Y así, en realidad nada miramos y mucho menos vemos y nos ven.
Ciudades Invisibles, trabajos invisibles, personas invisibles, vidas invisibles, muertes invisibles.
Es el que se sentó al lado del teléfono a esperar, el viejito que se duerme encorvado con su bolsito en Ayacucho y Las Heras cada madrugada y ni el motor del 60 despierta, es el que observa los bondis desde la ventana del bar, el que le habla de revolución a sus amigos, es el malabarista del tren que pide un aplauso para su show porque sabe que no le van a dar un mango, La chica que lloraba sola en el microcentro, los camiones atestados de bolsas de basura (con gente arriba), al que nunca invitan al fulbito, el perro ese que me siguió tres cuadras, el punk de la escuela, el de la oficina (que todos creen que es gay pero nadie se anima a preguntarle), los que duermen en un colchón en una bonita recova de Paseo Colon con vista a la rosada, los que vamos a un lugar y volvemos como fuimos, el bueno, el malo y el feo, la señora callada que se baja cada día a la 7 en San Isidro para limpiar culos ajenos, el suicida, el buen amigo que nadie descubrió, aquellos que se prostituyen (y no siempre con el cuerpo), el payaso sin nariz colorada, la chica de mis sueños que nunca me ve, la banda que no me acuerdo como se llamaba, y las infinitas sombras que van que vienen y se quedan.
Rafael Barret lo describía mejor:
“La vida es un aire sutil, invisible y veloz, cuyos remolinos agitan un instante el polvo que duerme en los rincones. El inmortal torbellino pasa, torna a la pura atmósfera, a lo invisible, y el polvo se desploma inerte en su rincón. Los sabios no ven más que el polvo: palpan minuciosamente los cadáveres.”
Por ahí no es tan jodido, por ahí es tan simple como abrir los ojos y verlos.
Ciudades Invisibles, trabajos invisibles, personas invisibles, vidas invisibles, muertes invisibles.
Es el que se sentó al lado del teléfono a esperar, el viejito que se duerme encorvado con su bolsito en Ayacucho y Las Heras cada madrugada y ni el motor del 60 despierta, es el que observa los bondis desde la ventana del bar, el que le habla de revolución a sus amigos, es el malabarista del tren que pide un aplauso para su show porque sabe que no le van a dar un mango, La chica que lloraba sola en el microcentro, los camiones atestados de bolsas de basura (con gente arriba), al que nunca invitan al fulbito, el perro ese que me siguió tres cuadras, el punk de la escuela, el de la oficina (que todos creen que es gay pero nadie se anima a preguntarle), los que duermen en un colchón en una bonita recova de Paseo Colon con vista a la rosada, los que vamos a un lugar y volvemos como fuimos, el bueno, el malo y el feo, la señora callada que se baja cada día a la 7 en San Isidro para limpiar culos ajenos, el suicida, el buen amigo que nadie descubrió, aquellos que se prostituyen (y no siempre con el cuerpo), el payaso sin nariz colorada, la chica de mis sueños que nunca me ve, la banda que no me acuerdo como se llamaba, y las infinitas sombras que van que vienen y se quedan.
Rafael Barret lo describía mejor:
“La vida es un aire sutil, invisible y veloz, cuyos remolinos agitan un instante el polvo que duerme en los rincones. El inmortal torbellino pasa, torna a la pura atmósfera, a lo invisible, y el polvo se desploma inerte en su rincón. Los sabios no ven más que el polvo: palpan minuciosamente los cadáveres.”
Por ahí no es tan jodido, por ahí es tan simple como abrir los ojos y verlos.
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