-Has dicho en Le Matin1: “De ahora en Más, la seguridad está por encima de las leyes”. El término “seguridad” es problemático. ¿Se trata de la seguridad de quién? ¿Y dónde, en tu opinión, se sitúa la frontera entre la impugnación admitida y la impugnación prohibida? ¿La frontera de un nuevo tipo de totalitarismo?
El totalitarismo designó durante mucho tiempo regímenes precisos de tipo fascista o estalinista. No asistimos ahora a esa clase de resurrección. De todas maneras, jamás hay resurrección en la historia; más aún: cualquier análisis que pretenda producir un efecto político resucitador de viejos espectros está condenado al fracaso. Como no se está capacitado para analizar una cosa, se procura resucitar el espectro de un retorno.
¿Qué pasa entonces hoy? La relación de un Estado con la población es en esencia bajo la forma de lo que podríamos llamar “pacto de seguridad”. Antaño el Estado podía decir: “Voy a darles un territorio” o “les garantizo que van a poder vivir en paz dentro de sus fronteras”. Esto era el pacto territorial, y la garantía de las fronteras era la gran función del Estado.
En nuestros días, el problema fronterizo casi no se plantea. Lo que el Estado propone como pacto a la población es: “estarán garantizados”. Garantizados contra todo lo que puede ser incertidumbre, accidente, daño, riesgo. ¿Está usted enfermo? ¡Tendrá la seguridad social! ¿Hay un maremoto? ¡Crearemos un fondo de solidaridad! ¿Hay delincuentes? ¡Nos vamos a asegurar de enderezarlos y de ejercer una buena vigilancia policial!
Es indudable que este pacto de seguridad no puede ser del mismo tipo que el sistema de legalidad mediante el cual, otrora, un Estado podía decir: “Vean, el asunto es así, se los castigará si hacen tal cosa y no se los castigará si no lo hace”. El Estado que garantiza la seguridad es un Estado que está obligado a intervenir en todos los casos en que un acontecimiento singular, excepcional, perfora la trama de la vida cotidiana. De golpe, la ley se vuelve inadecuada y, en consecuencia, hace falta esa serie de intervenciones cuyo carácter excepcional, extralegal, no deberá parecer en absoluto un signo de arbitrariedad o de un exceso de poder, sino, al contrario, de una solicitud: “Miren: estamos tan dispuestos a protegerlos que, una vez que suceda algo extraordinario, vamos a intervenir con todos los medios necesarios, sin tener en cuenta, claro está, esas viejas costumbres que son las leyes o las jurisprudencias”. Este aspecto de solicitud omnipresente es el aspecto bajo el cual se presenta el Estado. Esa es la modalidad de poder que se desarrolla.
Lo que choca de manera absoluta en el terrorismo, lo que suscita la ira real y no fingida del gobernante, es que el terrorismo lo ataca en el plano en que él ha afirmado justamente la posibilidad de garantizar a la gente que nada ha de sucederle.
Ya no nos encontramos en el orden de los accidentes cubiertos por la sociedad “aseguradora”; estamos en presencia de una acción política que “inseguriza” no solo la vida de los individuos, sino la relación de estos con todas las instituciones que hasta el momento los protegían. De allí la angustia provocada por el terrorismo. Angustia en los gobernantes. Angustia también en las personas que otorgan su adhesión al Estado, aceptan todo, los impuestos, las jerarquías, la obediencia, porque el Estado protege y garantiza contra la inseguridad.
(…)
La vocación del Estado es ser totalitario, es decir, tener en definitiva un control exhaustivo de todo. Pero me parece, de todas formas, que un Estado totalitario es sentido estricto es un Estado en el cual los partidos políticos, los aparatos de Estado, los sistemas institucionales, la ideología, se confunden en una especie de unidad que se controla de arriba abajo, sin fisuras, sin lagunas y sin desviaciones posibles.
Es la superposición de todos los aparatos de control en una sola pirámide, y en el monolitismo de las ideologías, los discursos y los comportamientos.
Las sociedades de seguridad que están en proceso de formación toleran por su parte toda una serie de comportamientos diferentes, variados, en última instancia desviados y hasta antagónicos entre sí; con la condición, es cierto, de que se inscriban dentro de cierto marco que elimine cosas, personas y comportamientos considerados como accidentales y peligrosos. Esta delimitación del “accidente peligroso” corresponde efectivamente al poder. Pero en ese marco se toleran un margen de maniobra y un pluralismo infinitamente más grandes que en los totalitarismos. Es un poder más hábil, más sutil que el del totalitarismo.
1 Michel Foucault, “Michel Foucault”: ‘Désormais le sécurité est audessus des lois”, entrevista con J.-P. Kauffman, Le Matin, 225, 18 de noviembre de 1977, p. 15, vol. 2, núm. 211, pp. 367-368. [N. del E.]
* Extraído de El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida.
* Extraído de El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida.
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