No hay placer en el trabajo. Ni siquiera en el trabajo autogestionado. La revolución no puede reducirse a una simple modificación de la organización del trabajo. No sólo a eso.
No hay placer en el sacrificio, en la muerte, en la venganza. Como no hay placer en contarse. La aritmética es la negación del placer.
Quien desea vivir no produce la muerte. La transitoria aceptación de la guillotina conduce a su institucionalización. Pero al mismo tiempo, quien ama la vida no abraza a su explotador. En caso contrario odiaría la vida y amaría el sacrificio, el autocastigo, el trabajo y la muerte.
En el cementerio del trabajo siglos de explotación han acumulado una montaña de venganza. Los jefes del movimiento revolucionario se sientan impasibles en esta montaña. Estudian el mejor modo de beneficiarse de ella. La carga de violencia vengadora debe ser dirigida hacia los intereses de la nueva casta de poder. Símbolos y banderas. Slogans y complicados análisis. El aparato ideológico se dispone a hacer lo que sea necesario.
La ética del trabajo hace posible esta instrumentalización. Quienes aman el trabajo quieren apoderarse de los medios de producción, no quieren que se avance ciegamente. Saben por experiencia que lso jefes han tenido una fuerte organización de su parte para hacer posible la explotación. Piensan que sólo una organización igualmente fuerte y perfecta podrá hacer posible la liberación. Hagamos todo lo posible, la productividad debe salvarse.
Qué inmenso engaño. La ética del trabajo es la ética cristiana del sacrificio, la ética de los amos, gracias a la cual las masacres de la historia se han sucedido con preocupante regularidad.
El Placer armado - Alfredo M. Bonanno
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