El término "tolerancia" es sin duda hoy en día uno de los más utilizados, ya no sólo por los políticos u ONG's, sino también por las gentes de a pie. Hay que ser tolerantes para todo y con todo. Entre estos objetivos está el no cuestionar nada de lo que nos está dado. Ocurrió lo mismo con el concepto de "libertad" (hoy la libertad es la libertad de elegir los colores de tu móvil). Y lo mismo está ocurriendo con este y con otros conceptos.
La tolerancia se no presenta pues como una actitud conformista en la medida en que debemos aceptar las cosas como y como vienen, porque en base a esa tolerancia la convivencia en democracia es posible. La tolerancia se convierte en una actitud de mansedumbre por un lado y, por otro, en una posición antitética a aquellos grupos o personas que muestren una postura crítica al sistema.
Nuestra postura es de intolerancia hacia la democracia, hacia todo aquello que nos reprime y nos niega nuestra propia realización como individuos.
Diccionario de María Moliner, acepciones de "tolerancia": Consentir, Aguantar y Permitir.
Con esto queda dicho casi todo.
No obstante:
Desde hace algún tiempo venimos observando (Quizás mejor sería decir: sufriendo) toda una imparable catarata de propaganda entorno al término tolerancia, término que parece ser designa todo un espacio social y político que viene a constituirse en un movimiento social de signo progresista. Un movimiento que ha conseguido popularizar su mensaje de no-violencia y tolerancia hasta el punto que incluso los políticos, los medios de (in)comunicación,... han llegado a interiorizar su lenguaje y su tipo de análisis.
Este "novedoso" movimiento social tendría su expresión organizativa, aparte de en la organización juvenil "Jóvenes contra la intolerancia" -en la actualidad "Movimiento contra la intolerancia"- que será "buque insignia" del movimiento, en un cúmulo de asociaciones diversas que van desde los famosos "Solidarios por el desarrollo" a la "Plataforma del 0,7"1. El movimiento social del que hablamos estaría ligado, a su vez, con toda una más general y amplia tendencia intelectual, observable en la actitud, de vuelta la humanismo y de rehabilitación de los valores abstractos que él mismo encarna: el individuo solidario, el amor al prójimo... y que se apoya en dos pilares claros: una concepción de generosidad abstracta e iluminista del ser humano y en la reintroducción en el imaginario social de la concepción de culpa del cristianismo. Y de su mano, claro está, de todo el conjunto de la filosofía teocrática.
Sin embargo, y aunque iniciativas como la del 0,7 se sustentan casi exclusivamente en él “para apalear a nuestras conciencias”, otros sectores como el M.C.I. utilizan más equilibradamente la dialéctica generosidad-culpa, apelando también al concepto social de la “juventud” (divino tesoro) como vanguardia de la generosidad social, bastión del idealismo e histórica defensora de las “causas perdidas”.
Un concepto social que responde a una construcción discursiva del Estado-Capital para aislar la resistencia al sistema (que pasa a ser vista, cuando interesa, como una especie de “chiquillada”) y para activar el consumo, introduciendo en el mecanismo de la circulación a una parte de la población usualmente poco pudiente. Al mismo tiempo, y para no ser menos, se apela también a un discurso construido sobre la culpa: en la existencia, hoy en día, de la juventud “pasiva” que se opone a la heroica y muy activa juventud de los años 60 y 70.
La izquierda del sistema se ha convertido en la autentica animadora de todo este cotarro. Al no poder competir en el mercado ideológico-intelectual actual, su única salida, el camino adoptado, ha sido la vuelta a los viejos sueños cristianos y religiosos, demasiado caducos para dar miedo al sistema, pero lo bastante grandilocuente como para hacer creíble la posibilidad ilusoria de humanizarlo.
El discurso humanista usa y abusa de las grandes palabras vaciadas de todo contenido material, palabras limitadas y ajustadas.
Un molde de conceptos, pues, es impuesto a la sociedad, repitiéndolo hasta la saciedad, transformándolo en consigna. Y el ciudadano ha de estructurar su mente y su realidad para quepa todo en las retículas y estantes de su molde. ¿Y si no cabe? Bien: subversión, locura,… intolerancia.
La gran Libertad, con mayúsculas, afirmada por el humanismo, niega toda posibilidad de ejercicio colectivo de liberación al transformarse en una libertad codificada, con unos cauces precisos para su representación (la democracia, la constitución).
Pero detrás de las palabras tolerantes, hay algo que calla o que callando oculta: la realidad, nada metafísica, de la existencia material de la humanidad actual, es decir, el conflicto.
Así, todas las organizaciones sociales existentes por más que estén atravesadas por relaciones de dominación y explotación, son comprendidas y respetadas por el tolerante, dado que todas las formas de vida son por igual bellas a sus ojos de televidente. Quizás se preocupa por la ablación del clítoris en Egipto (su asignatura pendiente, según el mismo confiesa), no sabe si tolerarla o no. Pero en todo caso, lo que la misma le produce no es una reacción de rechazo visceral, cuanto una reacción de estupor intelectual ante el conflicto suscitado. Por lo que lo que de verdad le molesta al tolerante no es la dominación o la explotación, sino el conflicto.
El conflicto es el campo de operaciones de todos los deseos contrapuestos de la vida propia, desde el deseo de poder hasta el de liberación.
La prohibición del conflicto en la sociedad actual, y en cualquier otra conocida, llevaría, si fuera posible, a la congelación eterna del status quo de dominación.
Pero al tolerante eso poco le importa, ensimismado en su mundo de ideales abstractos. Por eso, todo análisis de tolerancia se centra, una y otra vez, en negar dicho conflicto o, en su defecto, cuando ya le estalla en las manos, apaciguarlo.
El tolerante no puede mancharse con la “sucia” realidad material en que todos los conflictos le parecen una especie de error genético, casi una biológica prueba de imperfección del ser humano, motivada por la existencia de muchxs “intolerantes”.
Entonces el tolerante interviene, interviene para pedir moderación y sosiego, a aquellxs que tanto discuten sin preocuparse nunca cual de ellxs tiene razón, de por qué discuten. El tolerante ama el diálogo y lo predica, obliga a dialogar al desarmado con aquel que coloca diez pistolas sobre la mesa. Y les insta a que lleguen a un acuerdo. Y cuando el desarmado se niega a acordar nada, lo tacha de “intolerante” y llama a la Fuerza pública para que, por las buenas o por las malas acate la voluntad democrática.
Así pues, el tolerante, adopta por sistema la posición del mediador, posición por la que se siente legitimado por el ñoño estudio de las palabras más bellas. El tolerante, ante el ocaso de las mediaciones representadas por el sindicato el partido político de izquierdas, y dentro de la misma estrategia del sistema que ambos representan (la mediación), se afirma como nuevo aparato de mediación.
Al tiempo, el tolerante es capaz de actuar como instrumento mediador de la contradicción (centro-periferia), gracias a su solidaridad para con lxs pobres del Tercer Mundo que, en todo caso, se mueven siempre dentro de lo asistencial-caritativo, alcanzando como máximo a la famosa consigna de encefalograma plano de que “a los negros no hay que darles peces sino enseñarles a pescar”. Pero… ¿De que diablos les va s servir a dichxs negrxs saber pescar si el río está contaminado y, en todo caso, sigue siendo propiedad privada de una multinacional?
Pero es que el tolerante ama la democracia, este es su medio natural.
Si la democracia es convivencia en pluralidad, la tolerancia pasa a ser indefectiblemente condito sine qua non de dicha convivencia. Si la democracia es la convivencia de una pluralidad de sujetos irreductibles, es decir, que no renuncian a su propia identidad, la tolerancia aparece como valor esencial que garantiza la fluidez del diálogo entre esos mismos sujetos cuyo resultado último es el consenso democrático.
Si el resultado del la democracia ha de ser necesariamente el consenso, el disenso ha de ser proscrito. Luego el pluralismo, de salida, queda limitado a su respeto a las reglas de juego. Y es que la pluralidad, tal y como es entendida por el tolerante, es o pluralidad de consumidores o pluralidad de gestores de una realidad dada, y la pretensión de transformar esa realidad (ese status quo especialmente injusto), pasa a ser un ejercicio irresponsable de intolerancia.
La praxis tolerante, pues, se centraría en dos estrategias de, como siempre, enorme belleza conceptual y alto valor simbólico: la reivindicación y la no violencia.
Pero no nos engañemos: el gandhianismo del tolerante es meramente espectacular. Eso si, de un fanatismo espectacular (en ambos sentidos del adjetivo). Porque el tolerante predica la no violencia, pero acepta el monopolio de la violencia del Estado. Así, para el toelrante, y por mucho que dga, está o no justificada dependiendo de donde venga. La violencia de las fuerzas de seguridad dentro del ordenamiento jurídico estatal es para el tolerante es una violencia democrática perfectamente legitimada. Porque lo que él realmente predica (Detrás de su catarata discursiva sobre pacifismo) no es la no violencia, sino el rechazo a la ilegalidad. Por ello, la esencia de la reivindicación tolerante hacia los movimientos sociales que dice formar parte y que, cada vez más, afirma representar, es la de que dichos movimientos asuman como único cauce práctico el legal-institucional. La Ley, "los cauces establecidos", deviene fetiches del aparato organizativo tolerante que, así entronca en su función mediadora del conflicto.
Todo ello explica, de nuevo, el constante fluir de subvenciones estatales al tolerante.
La paz que el tolerante defiende no es más que el aspecto exterior de un "genocidio de baja intensidad": la lenta agonía de los muertos vivientes.
La dulzura ñoña de la tolerancia no esconde más que un llamamiento formal a no oponer resistencia a la tiranía o, cuando mucho, a oponer solo una mera representación espectacular de resistencia, vaciada de todo contenido subversivo o liberador.
Entendámonos: la tolerancia (como las religiones) no es que renuncie a la guerra como instrumento polìtico. De hecho la práctico contra aquellxs a lxs que se define como intolerante, o mejor aún, anima a las Fuerzas de Seguridad a practicarla (como las religiones), y mientras la practica lo hace sin odio. Es decir, prohibe el odioy, consecuente, golpea sin necesidad de él.
El tolerante, obviamente, no apoya el asesinato directo. No podría aparecer como mediador en tal caso. Lo demás, si se hace discretamente, le da igual.
(Afilando nuestras vidas, Federación Ibérica de Juventudes Libertarias)
1 Se trata de una serie de Organizaciones No Gubernamentales o Asociaciones sin fines de Lucro que dicen luchar contra la pobreza, el racismo, la discriminación y demás cuestiones en el contexto del Estado español sin hacer demasiados cuestionamientos a dicho escenario. Por estos pagos también tenemos de ello.
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